8.3.10

KING KONG PALACE

Comentario sobre la obra de Adríán Azáceta

Confundir movimiento con acción es un error habitual cuando se intenta relatar una experiencia teatral.

“Acción” es todo hecho modificador que ocurre dentro de un universo dramático y moviliza a artistas y espectadores.

Es por eso que una simple narración puesta en acción escénica puede transportar al espectador a un maravilloso viaje cargado de vértigo, intriga humor y emoción.

Esto ocurre cuando la maquinaria expresiva de King Kong Palace se pone en funcionamiento.

Un grupo de actores, con un caudal de recursos inagotables, pone en acción esta obra policial sin moverse ni un centímetro de su posición inicial; creando el ritmo y dándole vida a este drama Shakespiriano sin utilizar mas artilugios que la vibrante emoción que sus interpretes llevan dentro, demostrando que no son necesarias puestas grandilocuentes para transmitir efectivamente los desbordes que este texto encierra.

Mezclando Hamlet y Mackbeth con algo de policial negro, agregando canciones maravillosamente interpretadas, con un acompañamiento musical creado con el cuerpo y la voz de los actores, haciendo correr el texto sin pausas (empujando algunos pasajes, ralentando otros) vamos quedando atrapados dentro de este drama, en el que la presencia fija de los actores delante nuestro funciona como un faro que nos guia hacia el delirio del texto sin perdernos con movimientos parásitos.

La contundencia de esos cuerpos realzan la propuesta del director Diego Aramburu quien entiende claramente que no hay nada mas atractivo en el teatro que apreciar a un actor creando mundos imaginarios sin otra cosa que su propio talento.

La luz fría de los tubos fluorescentes dan un aire de extraña cotidianeidad estos personajes que pasan del relato a la escena viva sin desarmar su estructura generando el impulso necesario para que el drama se desencadene con toda profundidad sin perder su espíritu grotesco, humorístico y siniestro.

Una esmerada dirección de actores, un grupo de intérpretes finamente entrenados, el texto genial de Marco Antonio de la Parra y una semiótica teatral impecable hacen de esta propuesta un espectáculo para disfrutar con todos los sentidos.

ADRIÁN AZÁCETA

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