8.3.10

Directo a los ojos

Comentario sobre la obra King Kong Palace, de Marco Antonio de la Parra.

Dirección: Diego Aramburo.

Una producción: Sr. Barbijo Presenta, 40 años seminario de teatro "Jolie Libois", Festival Internacional de Teatro Mercosur 09. Kiknteatro 20 años.

Estamos en un hotel. En los pasillos de un hotel. En sus habitaciones, en los intersticios de sus puertas, en los intersticios que nos hacen llegar los susurros, susurros que, como ecos, se amplifican y pervierten la intimidad de los crímenes más atroces. Un hotel en Latinoamérica, un hotel perdido, un hotel que es todos los hoteles, Tarzán que es todos los Tarzanes y Jane que es todas las Janes imaginables. Mandrake, el administrador y las tres camareras terminan de conformar el cuerpo de personajes de una obra que redunda coherentemente desde la excelencia de una dramaturgia acabada y densa en sentidos, como en la intensa propuesta escénica y actoral, que nos mantiene como espectadores sujetos a una experiencia de escucha altamente particular. King Kong palace, de Marco Antonio de la Parra, y bajo la dirección de Diego Aramburo, es un espectáculo que sabe cohesionar lenguaje poético desde todos los ángulos posibles.

Al ingresar, los actores se colocan delante de los espectadores, en una línea paralela, frontales a nosotros. Desde el comienzo hasta el final, no se moverán de allí. Y, desde esa sutil inmovilidad, nos meten de lleno en una especie de contemporánea intriga palaciega, en donde -por los pasillos de un hotel- se elucubra la muerte de un frágil y vencido Tarzán. Las camareras, canciones mediante, insuflan a la obra de un caudal poético a través de un cuidada y pertinente selección musical.

Los actores dicen cada uno de sus textos mirándonos directamente a los ojos. No se miran entre ellos. Y este recurso, que podría ser un lugar común más, deviene acto político y de puesta en tensión del lugar del espectador. Escuchamos el relato de un fututo asesinato. Escuchamos, lo vemos, somos cómplices. Como cómplices, también, los actores, los personajes. Estamos ahí, sumergidos en una ficción de héroes de comics, héroes míticos venidos a menos, héroes que transitan la contemporaneidad de este fragmento de mundo con pocas glorias ya en su haber, y muchas traiciones sobre sus espaldas.

La tensión entonces que se produce entre el texto, la puesta en escena de este texto (desnuda, frágil, provocadora: luces blancas sobre todos nosotros, actores y espectadores, ausencia de elementos escenográficos, diseño espacial intensificando la habitual exposición de los actores) y la expectación de los mismos se convierte en una experiencia de escucha -nada se representa, nada se actúa, todo se enuncia, el relato es pura construcción de imaginario personal y singular, que cada espectador podrá recrear a su gusto y decisión- en donde el acontecimiento poético atraviesa la escena e incrementa esa tensión.

“Detrás del discurrir de cada historia de poder hay sin duda mucho que ocultar y hay mucho que es tan sólo máscara y apariencia.”[1] La obra, entonces, camina en el borde impreciso de la máscara, la verdad, y la apariencia. Camina en ese borde de la mano de un grupo de actores que juegan un juego difícil, peligroso, de fuerte riesgo, bajo una propuesta sólida y muy interesante.

A nosotros, como espectadores, nos queda entonces el delicado trabajo de caminar ese borde. Caminarlo, con los ojos sobre nosotros.

Daniela Martín



[1] Texto extraído del material de prensa del grupo.

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